¿Os habeis quedado con ganas de más? Antoleon acaba de llegar a la ciudad de Mün Sharr, y pronto descubrirá la famosa "hospitalidad" de los enanos...
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— ¡¿Cómo que imposible?!
Antoleon miró incrédulo al enano embutido en una gruesa coraza de placas que le cerraba el paso. Mordisqueaba algo, Antoleon supuso que sería “Farraq”, una hierba para mascar traída de la nueva tierra, que empezaba a estar muy de moda
— Eso he dicho, imposible—dijo el guardia, imperturbable—, si hubiera algún extraño que quisiera mirar la piedra, los jefes me lo habrían dicho. Y no tenéis ni permiso ni pase, viajero.
— ¡Mi permiso debió haber llegado hace más de un mes! Espere… debo tener una copia de la solicitud…
Antoleon rebuscó nervioso en su bolsa de viaje, se enredó con su propia capa y maldijo.
Fuera de las puertas el frío era implacable, pero una vez dentro los numerosos y enormes braseros convertían el aire en un clima cálido y agradable en mangas de camisa, o en un horno de panadero con ropas de invierno.
—Aunque lo tenga, sin la firma de al menos un miembro del Concejo de Maestres, no está permitido el paso. —Escupió, muy cerca de las botas de Antoleon.
Empezó a sudar, el humo de los braseros que alumbraban el arco de entrada del Salón de los Escribas le picaba en la garganta y le hacía lagrimear.
— Oiga, soy un enviado de la Escuela Nueva de Val Naar, el propio Decano del Sigil redactó el permiso, y yo mandé un jinete con el mensaje… —tosió sonoramente, estaba perdiendo los estribos… maldito calor— mire, tengo que estudiar la esfera de los Anteriores, es vital para mi investigación, ¿lo entiende?, de suma importancia.
— Yo solo hago mi trabajo, no puedo dejarle pasar sin autorización escrita.
— ¡Y yo le he dicho que tenía que haber llegado hace un mes! Es solo un pequeño…
— ¡¡Cómo que pequeño!! —el guardia enrojeció de pronto, levantó un dedo regordete y señaló, acusador— ¡¡Me está llamando pequeño!!
Gente que pasaba distraídamente por la avenida empezó a formar un corrillo lleno de curiosidad. Muchos pares de ojos enrojecidos a pocos palmos del suelo se volvieron hacia Antoleon.
— Eeeh… no, no, no, yo quería decir…
— ¡¡No pienso dejar que ningún “patas largas” me insulte!! ¡¡Largo de aquí si no quieres que te rompa las rodillas, listillo!!
Antes de empeorar la situación, se alejó del vociferante enano. Aún escuchaba los gritos del guardia resonar entre las voces del gentío, que se iba desgranando a medida que Antoleon retrocedía. Varios de los enanos todavía en primera fila aplaudieron, y el guardia hinchó la coraza de satisfacción.
Antoleon tropezó varias veces con algunos viandantes que miraban absortos los muchos tenderetes que salpicaban de color los amarillentos muros del Paseo de la Maravilla, una de las avenidas comerciales más transitadas de la ciudad. Se dio por vencido en cuanto dobló unas cuantas esquinas y se paró a recobrar el aliento. Los laberintos de paredes arcillosas que eran las calles de Mün Sharr le tenían completamente desorientado.
Ahora estaba solo, y en una ciudad extraña.
Si volvía a la Escuela con las manos vacías, no podría completar su investigación sobre los artefactos de los Anteriores, los dioses que habían formado el mundo.
Perdería su cátedra. Antoleon, a sus veintidós años iba a ser el conjurador más joven que el Pentagrama había tenido desde hacía casi cién años. Y muchos querían esa plaza, más viejos y más retorcidos.
No podía permitirlo, no podía volver sin un triunfo.
¿Pero qué podía hacer?
A situaciones desesperadas, medidas desesperadas.
-Continuará...