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lunes, 5 de marzo de 2012

Buscadores del Orbe III

He tardado más de lo que debería en continuar, pero aquí esta una nueva entrega. 
¡Espero que la disfrutéis, aventureros!



…………………………………..


Garret intentó mantener el equilibrio, los salientes estaban empapados, y el apestoso canal que fluía por las alcantarillas no llevaba aguas muy apetecibles.

Unos metros más y estaría justo debajo. “La sala de las mil y una maravillas”, tal y como había oído a los parroquianos de las tabernas del Barrio de los Templos. Era increíble la facilidad con la que se iban de la lengua algunos con sólo unas pocas pintas.

Otro trabajo por encargo del gremio, la Viuda había sido muy específica; entrar, coger y salir. Sin muertes, sin testigos y sin ruido.

Como una corriente de aire, como una sombra en la noche.

Trastabilló, y hundió el pie en el maloliente riachuelo con un sonoro salpicón que caló sus pantalones.

“…mierda”

Garret volvió a subir a la cornisa y recorrió de puntillas los últimos metros hasta una losa de cerámica, del tamaño de una gatera, apenas distinta de las demás que había en el techo del conducto. Se estiró hasta alcanzarla y apoyó el oído en ella. Luego dio unos cortos golpecitos.

“Aquí”

De uno de los bolsillos de su tahalí sacó un frasquito de caña, lo abrió y con una espátula de madera extendió por los bordes una pasta ocre, que hacía que aquel canal oliese a rosas recién cortadas, y esperó unos pocos segundos. Garret se colocó debajo y levantó las manos ceremoniosamente. Después de un leve siseo, la losa se soltó y le cayó en las palmas abiertas sin hacer el menor ruido.

“Ahora la parte difícil”

Apoyó la losa en la cornisa y se aupó, el agujero comunicaba con una especie de taller. Se quitó el tahalí con la espada y los empujó por la entrada recién abierta. Con un crujido sordo, Garret desencajó los hombros y se deslizó entre mudos quejidos por el hueco del techo.

Una vez dentro, en la oscuridad del taller, con el contorno desdibujado de las mesas de trabajo y el olor de la arcilla cocida como únicos testigos, se recolocó las articulaciones con un golpe seco y un grito de dolor congelado en la garganta.

Ya estaba dentro, lo difícil había pasado. Sin perder un segundo abrió la puerta de la sala con extremo cuidado, y miró a ambos lados del pasillo central. No había ningún guardia a la vista, eso mejoraba las cosas.

Se colocó el tahalí a la espalda y sacó de otro bolsillo unos guantes de cuero, con pequeños ganchos metálicos, y con gran destreza, salió al pasillo de dos zancadas subrayadas por el chapoteo de la bota encharcada, y se encaramó por la pared.

Con agilidad felina, fue clavando los ganchos hasta llegar al alto techo, y una vez arriba, con los músculos tensados, se colocó horizontal y avanzó boca arriba por el corredor.
Cuando miraba hacia arriba, veía en el suelo la forma de algunos guardias, diseminados por el corredor en penumbra. No patrullaban, estaban quietos como sombras. Garret pasó por encima.

Los brazos le dolían, parecían estar a punto de estallar, y cada vez le costaba más coordinar los movimientos, la cabeza se le estaba embotando, la sangre se agolpaba en sus sienes. Al mover la mano a la siguiente posición, unos fragmentos del techo llovieron en forma de arenilla encima del casco de uno de los guardias. Garret contuvo la respiración.

Nada, ni un movimiento, silencio.

El guardia no parecía haberlo notado, Garret continuó hasta llegar a una de las lámparas, los rescoldos casi extintos de las brasas crearon sombras danzarinas en el techo. Garret se concentró en el movimiento de descenso.
Por un momento se sostendría sólo con las manos y balancearía los pies, entonces se soltaría del techo, y en un suspiro se agarraría con fuerza a la pared.

“Uno, dos y…”

El techo cedió de súbito, Sus reflejos actuaron y cayó volcando el peso de su cuerpo en un costado, dándose la vuelta y aterrizando con pies y manos en el suelo.

Había hecho ruido, eso seguro. Garret se levantó, se quitó los guantes con las manos doloridas por el impacto y miró detenidamente el pasillo. Nada, ni un movimiento, silencio.

A su lado, había un guardia enano camuflado en la oscuridad apoyado en una alabarda de metro y medio. Garret se fijó en que dormía con placidez, con una sonrisa feliz grabada en su cara sonrosada.
A pocos metros, vio como todos los guardias que había sobrepasado estaban en el suelo, o apoyados unos con otros, sumidos en sueños.

Perplejo, desenvainó su espada y avanzó con cautela hasta su objetivo, custodiado por otros dos enanos durmientes. En la penumbra sus pies chocaron con algo, Garret lo cogió. Era un pedazo de cristal, vagamente abombado, como si perteneciera a una jarra o a un…

“Frasco de poción…”

Garret dejó el cristal y vio luz por debajo de la puerta que tenía enfrente. Sacó también la daga y acomodó los hombros, preparándose para el combate.
Nadie se le iba a adelantar.

Abrió el portón de la sala de muestras del Gran Salón de los Escribas de Mün Sharr, y vio a una figura solitaria, delgada y que vestía una túnica oscura. Parecía concentrada en una especie de pelota que descansaba en un atril.

La figura, alarmada, levantó la vista del expositor y le miró.

— ¡¿Quién eres tú?! —exclamó Antoleon.


-Continuará...

viernes, 24 de febrero de 2012

Buscadores del Orbe II

¿Os habeis quedado con ganas de más? Antoleon acaba de llegar a la ciudad de Mün Sharr, y pronto descubrirá la famosa "hospitalidad" de los enanos...

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— ¡¿Cómo que imposible?!

Antoleon miró incrédulo al enano embutido en una gruesa coraza de placas que le cerraba el paso. Mordisqueaba algo, Antoleon supuso que sería “Farraq”, una hierba para mascar traída de la nueva tierra, que empezaba a estar muy de moda

— Eso he dicho, imposible—dijo el guardia, imperturbable—, si hubiera algún extraño que quisiera mirar la piedra, los jefes me lo habrían dicho. Y no tenéis ni permiso ni pase, viajero.

— ¡Mi permiso debió haber llegado hace más de un mes! Espere… debo tener una copia de la solicitud…

Antoleon rebuscó nervioso en su bolsa de viaje, se enredó con su propia capa y maldijo.
Fuera de las puertas el frío era implacable, pero una vez dentro los numerosos y enormes braseros convertían el aire en un clima cálido y agradable en mangas de camisa, o en un horno de panadero con ropas de invierno.

—Aunque lo tenga, sin la firma de al menos un miembro del Concejo de Maestres, no está permitido el paso. —Escupió, muy cerca de las botas de Antoleon.

Empezó a sudar, el humo de los braseros que alumbraban el arco de entrada del Salón de los Escribas le picaba en la garganta y le hacía lagrimear.

— Oiga, soy un enviado de la Escuela Nueva de Val Naar, el propio Decano del Sigil redactó el permiso, y yo mandé un jinete con el mensaje… —tosió sonoramente, estaba perdiendo los estribos… maldito calor— mire, tengo que estudiar la esfera de los Anteriores, es vital para mi investigación, ¿lo entiende?, de suma importancia.

— Yo solo hago mi trabajo, no puedo dejarle pasar sin autorización escrita.

— ¡Y yo le he dicho que tenía que haber llegado hace un mes! Es solo un pequeño…
— ¡¡Cómo que pequeño!! —el guardia enrojeció de pronto, levantó un dedo regordete y señaló, acusador— ¡¡Me está llamando pequeño!!

Gente que pasaba distraídamente por la avenida empezó a formar un corrillo lleno de curiosidad. Muchos pares de ojos enrojecidos a pocos palmos del suelo se volvieron hacia Antoleon.

— Eeeh… no, no, no, yo quería decir…
— ¡¡No pienso dejar que ningún “patas largas” me insulte!!  ¡¡Largo de aquí si no quieres que te rompa las rodillas, listillo!!

Antes de empeorar la situación, se alejó del vociferante enano. Aún escuchaba los gritos del guardia resonar entre las voces del gentío, que se iba desgranando a medida que Antoleon retrocedía. Varios de los enanos todavía en primera fila aplaudieron, y el guardia hinchó la coraza de satisfacción.

Antoleon  tropezó varias veces con algunos viandantes que miraban absortos los muchos tenderetes que salpicaban de color los amarillentos muros del Paseo de la Maravilla, una de las avenidas comerciales más transitadas de la ciudad. Se dio por vencido en cuanto dobló unas cuantas esquinas y se paró a recobrar el aliento. Los laberintos de paredes arcillosas que eran las calles de Mün Sharr le tenían completamente desorientado.

 Ahora estaba solo, y en una ciudad extraña.

Si volvía a la Escuela con las manos vacías, no podría completar su investigación sobre los artefactos de los Anteriores, los dioses que habían formado el mundo.

Perdería su cátedra. Antoleon, a sus veintidós años iba a ser el conjurador más joven que el Pentagrama había tenido desde hacía casi cién años. Y muchos querían esa plaza, más viejos y más retorcidos.

No podía permitirlo, no podía volver sin un triunfo.
¿Pero qué podía hacer?

A situaciones desesperadas, medidas desesperadas.


-Continuará...

Buscadores del Orbe I

Hola a todos, con el fin de no abandonar este blog he decidido haceros a todos partícipes de este proyecto. Consta de mini-relatos de corte epico-fantástico en un mundo creado enteramente por mí, pero abierto a nuevas ideas que lo puedan enriquecer. Poco a poco iré colgando fragmentos que escriba, y me gustaría que opinéis, critiquéis, elogiéis o vilipendiéis lo que os guste o no. 
Ahora, sentaos cómodamente con una pinta de cerveza en la mano, y escuchad la historia que os voy a contar...


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Mün Sharr, la imponente capital de los "dwond", en la lengua imperial conocidos como los enanos, se extendía como un gigantesco gusano enroscado en las mismas raíces del Pico del Barreno, la cima más alta de la cordillera de Los Quebrados.

El paso de la montaña había sido todo un infierno.

Antoleon miró con visible impresión, desde el diminuto ventanuco del carromato, el camino que serpenteaba hasta morir en las titánicas puertas de piedra que guardaban los grandes salones y las sinuosas callejas, que esperaban pacientes bajo la montaña. Solo el silbido del conductor de la carreta le sacó de su ensoñación.
Casi cuatro semanas de fatigado viaje, y una de ellas por caminos de cabras y senderos de piedra y nieve. Cuando Antoleon dejó los muros de la Escuela Nueva de Conjuradores, se imaginaba un camino lleno de aventuras, de misteriosas y enigmáticas compañías, de combates con horribles bestias en bosques olvidados, de filos brillando en la oscuridad de la noche… hasta tenía preparado su bastón para la lucha, había grabado en la madera las Runas del Hierofante, un poderoso conjuro defensivo que había encontrado en uno de los grimorios de la Biblioteca.

Pero no, el viaje había sido todo un infierno, un aburrido e interminable infierno de baches, improperios del cochero a los bueyes, posadas malolientes y como compañía, una rolliza y desdentada matrona que le acompañó en la caravana desde el pueblo de Marlina hasta una pequeña villa en las faldas de Los Quebrados.

Se sorbió la nariz y se arrebujó aun más entre las ásperas mantas, el frío y la nieve también eran motivos de sobra para que Antoleon deseara llegar a término de una vez.
Pero al fin, después de todo el tedio, Mün Sharr se erguía ante él como promesa de la búsqueda definitiva para su Escuela, y de la aventura que anhelaba.

Aunque no resultase ser igual a la que imaginaba.

-Continuará...