Hoy me he levantado con ganas de leer, y lo que es peor, de escribir.
Habiéndose vuelto una costumbre trístemente habitual, después de prepararme un saludable desayuno, he abierto Facebook buscando algo interesante con lo que empezar el día, con la misma esperanza que albergamos al abrir la nevera en busca de algún manjar apetitoso. Por supuesto, todos sabemos como acaba la historia, nunca hay nada de nuestro agrado. Nunca estamos satisfechos
He aquí el motivo de este mini-artículo de corte “Pérez-Revertesco” (bueno, más quisiera yo tener la misma expresividad que el caballero recién mentado). Pues cuál fue mi sorpresa al encontrarme con dos invitaciones a sendos grupos: uno “pro-taurino” y otro “anti-taurino”. Cada uno de esos grupos, por supuesto, criticaba, satirizaba y demonizaba al otro. Villa Arriba y Villa Abajo.
Lo sé, debería haber ignorado todo esto y haberme concentrado en cosas más productivas, como catalogar según su capacidad intestinal los pajaritos que se posan en mi ventana, por ejemplo. Pero no, una voz interior, esa vocecita perezosa que a veces nos invita a pensar un poco, me lo impidió por completo.
Vamos a ver, dos cuestiones:
1. ¿Acaso es una necesidad moral o ética el posicionarse entre dos, tres o cincuenta aspectos, teniendo que adoptar uno de ellos como dogma categórico y absoluto? Sinceramente, esas etiquetas fáciles e hipócritas a mí me parecen una estupidez.
Y no solo en esto, los toros son solo un ejemplo.
¿Acaso si te gusta el toreo eres un pervertido pseudo-facha que disfruta del sufrimiento ajeno y del maltrato animal? O si lo aborreces y proclamas a grito pelado “No es mi fiesta nacional” ¿Entonces eres un reaccionario vegano new-age, a solo dos pasos del perroflautismo mas bobo?
2. ¿Quién demonios se dedica a crear estos grupos? El defender dentro de la razón tu punto de vista es una cosa. El intentar profetizar una opinión como la auténtica verdad del Universo es otra distinta.
Ahora, ahí va mi opinión: Ni a favor, ni en contra.
Reconozco que es una salvajada, pero también, mal que pese a muchos, forma parte del patrimonio cultural de España, y de gran parte de América Latina. Y eso no se debe ni obviar ni olvidar.
¿Acaso es una locura? Ahí va una idea loca: ¿Y si cambiamos el mismo concepto de Tauromaquia?
En el ejercicio de esta no haría falta que el toro sufriese daño alguno, no es necesario herirlo. Tan sencillo como cambiar las banderillas por algún tipo de marcador, por poner un ejemplo. Porque el torero seguiría teniendo que echarle un par de huevos y ponerse delante del morlaco, da igual que éste chorrée sangre o no. Si los tiempos cambian es lógico que nos concienciemos y cambiemos esos aspectos.
Es mas, el indulto del animal podría darse siempre y santas pascuas. Así todo el mundo contento, ¿no?
Es mas, el indulto del animal podría darse siempre y santas pascuas. Así todo el mundo contento, ¿no?
Pues no.
No, porque pase lo que pase y se diga lo que se diga, siempre habrá “pros” y “antis”. NUNCA ESTAREMOS TODOS SATISFECHOS.
En este caso, los “pros” dirían que se pierde la esencia del arte del toreo, y los “antis” que el pobre animal aun podría sufrir de estrés post-traumático, o algo así.
Como conclusión, antes de afirmar cualquier cosa yo aconsejo predicar la duda. La duda es humilde, es sabia, te obliga a preguntarte cosas y a cuestionarlas. Antes de juzgar a alguien por lo que piense, diga o crea, preguntaos por qué piensa así, no pongáis una etiqueta de manera precipitada.
Porque las etiquetas pueden ser igual de dolorosas que las banderillas.
Héctor, está muy bien tu comentario. Pero hay una cosa que no cuadra. No se puede lidiar un toro sin picar ni ponerle las banderillas. Estas "suertes" se hacen para que sea posible su lidia. Sin ellas no se le podría dar ni un buen pase con la muleta y por ende, sería imposible torearlo. Lo del indulto estña muy bién y ,de hecho en Portugal se indultan todos los toros que se torean en la plaza; aunque posteriormente suelen ir al matadero, para aprovechar su carne.
ResponderEliminarPues no sabía yo eso, y bien está saberlo. De todos modos, por mucho que las cosas se suavicen, siempre habrá extremos
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